domingo, 28 de agosto de 2016

"MARRUECOS, LA OTRA ORILLA DE VELOS"


  Iniciemos un viaje a través de la palabra de la mujer magrebí por la orografía de su país.  Costearemos sus orillas mediterránea y atlántica hasta llegar a las montañas de Ketama y Chez- Chaouen, Fez en el medio Atlas, la cordillera del Atlas, el Sáhara y Marrakech. 




LORENA GALDÓN- Partamos del Estrecho de Gibraltar, que abre la brecha que divide por tan sólo 12 km el primer mundo del tercero, Europa de África. Una vez cruzado, parece que hayamos viajado a un lugar remoto en el tiempo, donde la cultura no deja de sorprendernos, la sociedad se cubre de tradiciones y velos. 

Desde el tumulto de Tetuán, Fez y Marrakech hasta las dunas doradas del desierto de Merzouga, Marruecos ofrece diferentes colores y tradiciones que contrastan entre sí. Allí las mujeres más avanzadas, y para nuestra sorpresa no son pocas, miran hacia delante y opinan que antes de diez años tomarán posesión de sus derechos inalienables. 
Marien (19 años).  Marrakech.


Somos cuatro mujeres españolas en un 4x4 las que nos sumergiremos en esta aventura, recorriendo las principales ciudades y pueblos del país para descubrir a esa gran desconocida -la mujer marroquí-, escondida para nuestra sociedad, más que por burkas, por prejuicios. Marruecos impacta por la brecha  entre las mujeres: sumisas, especialmente en los pueblos y las decididas, que viven en las grandes ciudades; las de velo impositivo, frente a las que se divorcian. Las leyes nuevas se abren paso entre costumbres arcaicas y retrógradas, está mal visto que las mujeres salgan solas a la calle por las habladurías y miradas que acribillan, resignación y religión se entremezclan.


                                           Pareja paseando por la medina de Tetuán
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En los pueblos tranquilos; como Chez-Chaouen o Asilah, entre callejuelas vestidas de azul y blanco, llaman la atención sus gentes de costumbres conservadoras, más religiosos y de tradiciones marcadas. Lo mismo ocurre con los habitantes de las medinas –la parte antigua de las ciudades- y de los pueblos rurales del alto del Atlas o el Rif. Los velos y los kaftkanes, aquí, están más arraigados que en las zonas cosmopolitas.

En Chaouen, un pueblecito pintoresco del norte que parece pintado en la cumbre de la montaña, encontramos a Nada, casada de 26 años. Nos cuenta con que no puede salir sola. Al preguntarle sobre una revolución de la mujer en Marruecos, contesta que primero le preocupa salir de la precariedad junto a su marido, ambos en paro. Este tema sale constantemente en la investigación; la vinculación de la pobreza con el desarrollo ideológico y cultural es casi siempre determinante en el Marruecos del siglo XXI. Un denominador común que lacra la libertad de las mujeres. Sorprendentemente, bastantes jóvenes, al preguntarlas por su vida, nos miran con la misma cara de pena que se nos pone al observarlas y escucharlas.

Rabí, soltero de 34 años, natural de Asilah, (aunque ha vivido doce años fuera, entre España y Holanda) nos da su opinión: -"Los hombres prohíben a sus mujeres salir solas, no pueden ir de paseo, o a la playa. Ellos sí van a los bares. Me fastidia que en mi pueblo no haya chicas en los cafés. No lo entiendo, solo hay huevos ahí sentados". 

Las más cultas, sean más o menos religiosas, suelen ser mujeres a las cuales sus familias, más elocuentes, les otorgan mayor libertad. Viven en las grandes urbes y han podido permitirse ir a la universidad y viajar. Las féminas de clase alta  portan el velo como un distintivo de buena familia, para guardar las formas y no suscitar habladurías, otras muchas, no lo llevan.

Pasada su etapa escolar, unas se casan y se dedican al hogar, otras estudian o trabajan a la vez; pero el momento  cumbre de la vida de las chicas es el matrimonio, pues tendrán que saber lidiar con sus ideales y con la familia de su cónyuge, pues ésta puede obligarle a llevar velo o no, así como su marido; pero ahora también puede divorciarse si ella no quiere llevarlo.

Boda marroquí

La poligamia, existe sí. El hombre puede tener más de una esposa, pero, para ello necesita el consentimiento de la primera; si ella no lo acepta, el marido tiene dos opciones: divorciarse (la madre se queda con los hijos, si los tiene, con la casa... y cobrando una pensión), o pensárselo dos veces y mantenerse monógamo.


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